Crabaloca se hallaba reflexionando acerca de lo acontecido en los últimos meses, si bien es cierto que los hombres bestia no eran muy dados a la reflexión, la inutilidad e ineficacia que invadía progresivamente a su ejército hacia que, de ejecutar cualquier tipo de emboscada, todos los miembros de la manada, él incluido, salieran trasquilados (nunca mejor dicho).
Así pues, sin partidas de guerra que comandar, sin conflictos a los que acudir, ni emboscadas que tender, Crabaloca se había dado a lo que se denominaba la “mala vida” entre los de su raza, cambiando el frenesí producido por el fervor de la batalla y los excesos de alcohol que la seguían, por tardes apacibles leyendo libros de autores como Nietzsche y Unamuno bajo la sombra de un árbol; conforme pasaban los días aumentaba la dejadez y el malestar de Crabaloca, sustituyendo finalmente todo hábito cabril aún al margen de la batalla, tal como destrozar cosas por mera diversión o cornearse con otros machos de la manada, por una vorágine de pensamientos filosóficos que le sumían de lleno en cuestiones existenciales.
¿Cuál era ahora la misión de un hombre bestia en su vida?, ¿cuál el motivo por los que los Dioses Oscuros habían creado a su raza, para posteriormente postrarla ante el resto de razas, quedando confinados en bosques, sin poder alguno y sin nada en absoluto que hacer? Quizás eran unos hijos de Ghorsk**** y solo lo hacían por mala leche, eso explicaría el apelativo de “Oscuros”... No obstante esa razón no era acorde con el hecho de que los Dioses les hubieran abandonado a ellos, mientras al resto de hijos del caos, que ahora ya no les “ajuntaban”, se les confería mayor poder del que jamás antaño hubieran tenido.
Las comparaciones eran odiosas, tanto que a Crabaloca le daban ganas de cornearse a sí mismo hasta la muerte en un ejercicio de contorsionismo sin parangón digno de ser grabado para el Youtube. Frente a los poderosos caballeros de gruesas armaduras que formaban parte de las filas de los Mortales del Caos, capaces de seccionar a un enemigo hasta con un golpe de su miembro viril mientras conversaban con el compañero de al lado acerca del nuevo pulimento que habían adquirido para dar brillo a su armadura otros doscientos años, él contaba con los cenutrigors, cuya habilidad más notoria era que resultaban capaces de efectuar hazañas tales como declarar su amor a uno de esos oscuros guerreros a caballo, al no discernirlo de una cenutrigor hembra por el pedal que solían llevar incluso en medio de la batalla. Indignante hasta para una cabra mutante.
Antaño contaban con la superioridad numérica… pero desde que los bárbaros del caos habían inventado el troncomovil, con su respectivo “asiento de atrás”, la población aumentaba de forma ingente, tanto que en el frente de batalla, por cada bárbaro que moría, dos bárbaras daban a luz mientras blandían el mayal contra sus enemigos. El fenómeno se completaba con los guerreros del caos asistiendo a los partos, entiéndase por asistir el dotar con un hacha y un taparrabos a los niños recién nacidos y enviarlos al frente de batalla, no sin seguir seccionando enemigos con el miembro viril y conversando con el compañero de al lado mientras dura todo el proceso.
Para colmo, los herreros hombres bestia no eran precisamente los mejores del Viejo Mundo, en un intento desesperado de volver a la situación anterior, había encargado el arma mágica más destructiva que pudiera salir de las forjas de su bosque, para comandar con éxito su partida de guerra; tras una espera considerable así como un pago en alcohol aún más considerable, le había sido entregada la majestuosa Lanza Ebria, conformada por un tosco palo de alcornoque en cuyo extremo había sido fijada a mordiscos una chapa de un botellín de cerveza. Indudablemente tenía efectos mágicos, entre ellos el de provocar sonoras carcajadas entre sus enemigos cuando era blandida. Decidió suspender el encargo de su armadura cuando vio al herrero fijando unos cordeles a un rompehierro aún con vida tras haber saltando sobre él para darle la forma adecuada y que pudiera atárselo al pecho.
Si al menos el bosque en el que había nacido Crabaloca estuviera cerca de los desiertos de Khemri... o del paraje en el que habitaban las criaturas ogras, podrían haberse declarado la guerra en igualdad de condiciones, es decir, que se habrían declarado la guerra y ante la inutilidad de ambos ejércitos habrían terminado echando una partida a las cartas mientras hablaban de todas estas cuestiones, pero al menos tendría compañía.
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Es una parida como una casa, pero espero al menos que alguien lo lea, que guste ya es otro cantar...
Estetioeslaostia.